RECORDANDO A REINALDO ARENAS EN EL 32
ANIVERSARIO
DE SU FALLECIMIENTO...
Estoy tirado boca arriba en la cama, mirando las vueltas que da el ventilador de techo, las sombras veloces como un carrusel que proyectan sus aletas, pero también estoy pensando que acabamos de cruzar el 6 de diciembre y en poco días será Navidad y Año Nuevo, y lo más triste es darse cuenta que nadie nos espera, todos se han ido de prisa, pero ¿adónde han ido? No lo sabemos, cada cual se fue por la ruta donde encontró alojamiento. Nosotros continuamos soñoliento en la frontera del viejo y el nuevo día, esperando que algo ocurra, algo brillante como el talento, como una cualidad que reclama e irrumpe en el boceto de nuestras ideas, que han desencadenado la persistencia de las horas, la escurridiza puntualidad de las sombras, que golpean y arrastran despacito, los residuos memorables de los recuerdos. Son las 4:25 de la mañana y ya es 7 de diciembre, un día como hoy de 1896 (s. XIX) murió en combate, El titán de Bronze, como le llamaban al general del Ejército Libertador Cubano, Antonio Maceo. Y curiosamente (tal vez haciéndonos un guiño) 94 años después, un 7 de diciembre de 1990 (s. XX) fallece el escritor cubano, Reinaldo Arenas, pero en circunstancias muy diferentes... En 1980, Arenas logra salir de Cuba durante el indescriptible y célebre Éxodo del Mariel, cambiando su apellido, porque el gobierno le había prohibido abandonar la isla. Reinaldo Arenas sufrió persecución por su abierta homosexualidad y por su valiente crítica al Gobierno, por su denuncia internacional (ya fuera de Cuba) en contra de la dictadura, que no le permitió desarrollarse como escritor ni como intelectual, y durante años fue censurado, satanizado y condenado a un indigno ostracismo cultural. Se estableció en Nueva York donde pudo escribir varias novelas, El portero, El color del verano, El desfile, Otra vez el mar, Necesidad de libertad, entre otras; escribió dos poemarios e infinidad de artículos e impartió numerosas conferencias en diferentes universidades de los Estados Unidos y Europa. En Cuba sólo publicó (le publicaron) una novela, Celestino antes del alba (1968), y en 1969 la editorial Diógenes de México publicó El mundo alucinante, su novela más aclamada, sacada de Cuba sin el visto bueno del castrismo; y fue precisamente esta obra con la que obtiene reconocimiento fuera de Cuba, mientras que dentro de la isla, comienzan sus castigos y tormentos. En 1987 le diagnosticaron que tenía el virus del Sida (VIH), y tres años después, luego de terminar su escandalosa autobiografía, Antes que anochezca (llevada a la pantalla grande), se quita la vida tomándose un frasco de pastillas, sintiendo un profundo desencanto con la vida, sabiendo que ya estaba condenado por esa letal epidemia... QEPD.
Con esta nota queremos recordar al brillante escritor que fue Reinaldo Arenas, en el treinta y dos aniversario de su desaparición física, y adjuntamos un poema (que ya muchos conocen, pero no todos) que escribimos tres semanas después de su defunción, para recordar su memoria y la herencia de sus obras que nos dejó.
Rafael Bordao.
Inaplazable fugitivo
La única sabiduría: no te detengas.
Reinaldo Arenas
No logró detenerte ni el Portero
ni Arturo, la estrella más brillante
ni la que se quedó ardiendo con el ángel
para que te abrieras camino en el horizonte
ni el Mar que una y otra vez te extendía
sus manos irreprochables de aguas instintivas
para que te evadieras del atolondramiento y la locura
que te causó el Desfile que todavía continúa;
no logró detenerte ni el Central
que extraía el guarapo que seguías buscando
“en el desesperado rodar hacia la muerte”
ni la Voluntad de vivir que se manifestaba en tu palabra
siempre incesante
que enronqueció con tu desbordamiento
en la desembocadura de otro exilio;
no lograron demoler tus versos ni desaguar tus mares
que almacenaron esa Necesidad de Libertad
que a todos contagiaste hasta el postrer minuto de tus brasas.
Te escapaste por la ranura más estrecha
y quién iba a decir que cruzarías la frontera de la vida
con una derretida prisa, terriblemente solo
sin ningún salvoconducto
tal vez con algún gesto
pero sin perder “la ecuanimidad ni el ritmo”
a riesgo de que te devolvieran nuevamente
al mundo de la confabulación y el egoísmo
donde castañetean de miedo tus enemigos
que sabían jugabas tu vida a la literatura.
Te fugaste por entre las membranas del aburrimiento
tanteando el temible teclado de las Parcas
a la hora en que la desolación y el peligro son más grande
y los quebrantamientos del alma envuelven en silencio
la gloria y los escombros del siniestro
dejando sólo los funerales del humo;
nadie te vio zarpar del puerto:
te escapaste con pastillas del naufragio lapidario
nadie pudo distraerte ni tampoco ilusionarte
y saliste apurado del país de los aplausos
inalterable como el que suprime la distancia
y únicamente vislumbra la silueta a la deriva
de un cuerpo deportado.
Llegaste primero a la ausencia
allí donde la furia finaliza su industria de veneno
sin importarte mucho el arte de morir
sin agarrarte a la vida de tus amigos
porque sabias que sólo morían los demás
de esa presuntuosa enfermedad
que tienen los vivos.
Oh Reinaldo ya faltas irremediablemente
has quemado tus naves en la arena
intentando exorcizar tus maldiciones
te ahorraste las exequias y el retorno
y ese estar desarenándote a la moda
apabullado por un silencio indescifrable
sin poder nuevamente arrojarte al peligro
erotizado por el cosmético de la muerte.
¡Cuántos murmullos se oyen en tu silencio!
¡Cuántas vanidades Antes que anochezca!
2 de enero,. Manhattan, N.Y., 1991.